Fedro (o de la belleza)

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fedro de platon

Parece que este diálogo fue escrito hacia el 370 a. C., con un Platón cercano a los cincuenta y siete años de edad, antes de emprender su segundo viaje a Sicilia. La conversación que recuerda y narra el diálogo entre Fedro y Sócrates debió de tener lugar en torno a 403 a. C., antes de la muerte de Polemarco. Fedro era hijo de Pítocles, amigo de Demóstenes y Esquines. Ya aparece en el Protágoras entre los que rodean al sofista Hipias y también en el Banquete, pronunciando el primero de los discursos sobre el Amor.

El decorado y la topografía son fantásticos: Fedro y Sócrates se encuentran al salir de las murallas de la ciudad; Fedro viene de oír un discurso erótico que ha pronunciado el orador Lisias; trae el escrito bajo el manto. A orillas del río Iliso, sentados cómodamente, metiendo los descalzos pies en las aguas del riachuelo, a la sombra de un alto y copudo plátano, Fedro lee a Sócrates el discurso de Lisias. Después de oírlo, Sócrates pronuncia otro discurso erótico del mismo tenor para demostrar que también él sabe componer discursos como los de los sofistas, oradores y rétores mundanos, pero lo pronuncia como avergonzado, con la cabeza tapada, consciente de que banaliza la esencia y la historia del amor. A continuación Sócrates pronuncia el verdadero discurso sobre el amor, ya a cabeza descubierta.

La interpretación del Eros y el mito en el que Sócrates describe, en una segunda intervención, la «historia» del amor, constituye, como es sabido, una de las páginas maestras de Platón. Con la cabeza descubierta, habla ya Sócrates de una de las más intensas formas de delirio, el amoroso. El Eros no es esa encogida relación afectiva que Lisias ha descrito, sino una forma de superación de los límites de la carne y el deseo, una salida a otro universo, en el que amar es «ver» y en el que desear es «entender». Por ello, ese «poder natural del alma» que nos alza por encima de la dóxa nos lleva a la ciencia del ser, a «esa ciencia que es de lo que verdaderamente es ser» (247d).

Platón, Diálogos, 2.ª ed. [traducción, introducción y notas por E. Lledó], Madrid, Gredos, vol. III, págs. 298-299

El mito del carro alado es expresión inenarrablemente bella de lo que decimos.

Sobre la inmortalidad, baste ya con lo dicho. Pero sobre su idea hay que añadir lo siguiente: cómo es el alma, requeriría toda una larga y divina explicación; pero decir a qué se parece, es ya asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos entonces decir que se parece a una fuerza que, como si hubieran nacido juntos, lleva a una yunta alada y a su auriga. Pues bien, los caballos y los aurigas de los dioses son todos ellos buenos, y buena su casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía un tronco de caballos y, después, estos caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y está hecho de esos mismos elementos, y el otro, de todo lo contrario, como también su origen. Necesariamente, pues, nos resultará difícil y duro su manejo.

(Fedro, 246a-b.)

La segunda parte del diálogo es una conversación entre Fedro y Sócrates sobre la esencia y la eficacia de la retórica, que concluye con el mito de Theuth y Thamus (274c-275b). El rey Thamus dice al gran inventor Theuth, quien pretendía que el artilugio de la escritura ayudaría a la memoria de los hombres, que precisamente induce al olvido. Platón nos recuerda una bellísima historia (los jardines de Adonis, 276a-276e), cuyo mensaje consiste en mostrar que la escritura es frágil, como marcas en el agua.

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¿Por qué Platón, que tanto escribió, desprecia la escritura? Para Platón, las palabras tienen vida, mientras que las letras son imitaciones de las palabras. Tanto en la Carta VII, 341c-342a y 343e-344d, como en Protágoras, 329a, Platón sostiene las mismas tesis que las de Fedro. La escritura, como la pintura, pertenece al género de lo sensible. Para finalizar, se ha discutido mucho, ya desde la Antigüedad, sobre la unidad del Fedro; que si trata sobre el amor, que si sobre la retórica, que si sobre el alma. Léon Robin, inspirándose en Émile Bourget, que compara el Fedro con una sinfonía musical, ha escrito algunas páginas inspiradísimas, acertadas y perspicaces sobre la unidad del diálogo. Vamos a ser osados y concentrar, en un solo período, la descripción del hilo de oro que es el Fedro.

La fijación del estatuto de una posible retórica filosófica, frente a la retórica sofística, comporta trasponer a su verdadero sentido de demonio filosófico el amor, que los illustrati de la mentalidad moderna habían banalizado, transposición que implica una descripción del alma, pues a ella van dirigidos, para elevarla, los discursos amorosos, teniendo entonces que describir míticamente, y de ahí tanto la teoría sobre el mito como la creación de ellos, la teoría de las Ideas y de la Belleza, ya que el alma nos recuerda su mundo natural; el camino que conduce al alma a la superación de la retórica y pensamiento mundano es el encantamiento y fascinación logrados a través de los bellos mitos y del diálogo, pero no por medio de la escritura; la finalidad de este paidético programa es ascender a la dialéctica, la verdadera filosofía.

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