Pandora, Prometeo, Epimeteo y la vasija de los males

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Según Hesíodo, Pandora fue la primera mujer, creada por los dioses, para la llegada de los males en la vida de los hombres. Si se le suma la culpa que se le echa a Eva en el Genesis del Antiguo Testamento, nos daríamos cuenta de que mucha razón tenía Christine de Pizan cuando dijo: «Si las mujeres hubiesen escrito los libros, estoy segura de que lo habrían hecho de otra forma, porque ellas saben que se las acusa en falso». Sin dudas, tenía razón la primer escritora feminista de la historia con su crítica. Y bien está que los discursos masculinos sean cuestionados. Apartándonos de las críticas por unos minutos, te contaremos el mito de Pandora, así como también el de Prometeo, para adentrarnos en la historia.

Pandora, Prometeo y Epimeteo: tres mitos que son uno

Para narrar el mito de Pandora es necesario remontarse al de Prometeo, protagonista junto a Epimeteo, su hermano, en esta historia. Ambos son hijos de Jápeto, hermano de Cronos, que es el padre de Zeus. Algunas versiones dan a Prometeo como creador de los hombres, mientras que otras simplemente como alguien que los ama. Este dios es uno de los más famosos: supo usar su astucia para burlar al rey del Olimpo en varias ocasiones. Sin embargo, esa astucia sería castigada.

Prometeo, el benefactor de los hombres

Los dos hermanos, como dijimos, son hijos de Jápeto, uno de los Titanes, y, por tanto, primos de Zeus, hijo de Cronos. Prometeo sentía mucho amor por los hombres que poblaban la tierra. De hecho, les llevó un elemento esencial para que pudieran vivir: el fuego. Con él podían cocer las comidas y calentarse cuando tenían frío, entre otras utilidades.

Prometeo y el fuego. El mito de Pandora.

Sin embargo, la raza de los hombres quedó privada del fuego cuando Prometeo decidió engañar al soberano del Olimpo. Sucedió que en ocasión de un banquete entre dioses y hombres, el hijo de Jápeto estaba asando un buey. Partiendo el animal en dos mitades, envolvió las carnes y entrañas debajo de la piel y a los huesos, que en principio iban a ser para los humanos, los envolvió con brillante grasa. Zeus se acercó a probar y Prometeo, con la trampa en su pecho, le dijo: «Rey de todos los dioses, elige el que más te guste».

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El Olímpico eligió la parte más brillante, creyendo era la más deliciosa, y, al darse cuenta del engaño, le lanzó al Japetónida (pues así se denomina a la descendencia de Jápeto) la advertencia de un mal para él y sus amados humanos. Como consecuencia de la burla recibida, Zeus quitó el fuego a los hombres.

Sin embargo, Prometeo no se quedó de brazos cruzados y se las ingenió, fiel a su espíritu, de robar el fuego. Ha pasado tanto tiempo de eso, que ya nadie sabe con seguridad cómo lo hizo: algunos dicen que lo robó de una chispa de un rayo de Zeus, mientras que otros sostienen que lo robó del sol y hasta de la forja de Hefesto, el herrero inmortal.

La venganza de Zeus

Prometeo, como poseedor de una mente previsora (así lo indica su nombre, que significa ‘el de mente previsora, adelantada’), sabía que sus engaños no iban a quedar sin castigo. Mientras tanto, en el Olimpo, el soberano entre los dioses meditaba cuál sería el castigo que le impondría al Japetónida. A diferencia los rencores divinos, a diferencia de los humanos, no tienen límite. Como consecuencia de esto, Zeus no meditó uno, sino dos males. El primero fue encadenar eternamente a Prometeo en una roca en el Cáucaso. Sin embargo, eso no fue todo: un águila le devoraría, día tras día, el hígado al inmortal Japetónida.

Prometeo Encadenado. El mito de Pandora.

Nadie sabe con precisión cuántos días, meses, años o siglos se repitió esa escena. Lo que sí se sabe es que Heracles fue quien libró de las cadenas al astuto burlador, pero eso es una historia para otro momento. Antes de ser castigado, Prometeo advirtió a su hermano, Epimeteo, que nunca recibiera regalo alguno proveniente desde el Olimpo, ya de Zeus, ya del resto de los dioses. Y es que justamente en un regalo consistió la segunda parte de la venganza de Zeus.

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El rey entre todos los dioses encargó a Hefesto que modelara con arcilla una mujer, semejante en apariencia a las diosas inmortales. Además, mandó a Atenea a dotarla de habilidad para realizar femeninas labores, mientras que a Afrodita ordenó que le proporcionara sus encantos, como la Persuasión y la Belleza. Por último, encargó a Hermes que le infundiera en el alma las mentiras, palabras seductores y un carácter cambiante.

Epimeteo enamorado

Los días suelen ser demasiado aburridos para los eternos. Todo es lo mismo. No hay hecho que los haga emocionarse o temer, pues se saben inmortales. Ninguna oportunidad es la última. Pero para los mortales todo es diferente. Y algo de esto le pasó a Epimeteo. Una mañana, mientras estaba en su casa, oyó golpear la puerta. «¿Quién será?», se preguntó, sorprendido. Al abrir, se quedó pasmado. Jamás había visto un ser semejante. De pronto, por su cuerpo y alma sintió recorrer algo que nunca había sentido: amor. Ni lerdo ni perezoso, guiado por las emociones, el dueño de casa hizo entrar a esa mujer semejante a las diosas.

Nunca Epimeteo había pensado y tomado acción tan rápido. Él acostumbraba a darle demasiadas vueltas a las cosas, a darse cuenta tarde de ellas. Tal vez nunca pudo dejar llevar a cuestas el significado de su nombre: Epimeteo significa «el de pensamiento tardío, lento». Habrá pensado el hermano de Prometeo que solamente el amor le da vuelo ligero al pensamiento y lleva a tomar rápidas acciones. Aunque los mortales muchas veces sabemos que no está bien ser precipitado cuando nos arrebata el sentimiento del amor. Sin dudas, la falta de experiencia le jugó una mala pasada al enamorado Epimeteo y, como consecuencia, a toda la humanidad. Una vez dentro de casa, el Japetónida le preguntó a la visita su nombre.«Pandora», dijo, sonriendo de manera terriblemente encantadora.

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Pandora, el regalo de Zeus

Los sentimientos de Epimeteo por la joven crecían día tras día, tanto que que se preguntaba si la dorada morada del Olimpo brillaba más que los ojos de su amada. Se decía a sí mismo que eso no podía ser posible. Sin embargo, algo no andaba bien por la mente del Japetónida. Sentía una especie de pesar. Algo no cuadraba del todo bien. Epimeteo no encontraba sosiego por ningún lado. En un momento, llegó a atribuir esas turbulencias en su pensamiento al amor.

Una mañana, con el propósito de relajarse, el Japetónida decidió salir a caminar y tomar aire. Antes de salir, le hizo prometer a Pandora que no abriría la bellísima vasija de cerámica que ella había traído cuando tocó su puerta. Ella juró con fidelidad no hacerlo. Concentrada en las labores hogareñas, llevaba a cabo la promesa que le hizo a Epimeteo. Este, durante su paseo, tuvo una iluminación: «¡Pandora! – exclamó – ¡El regalo de los dioses!». En ese instante, corrió a toda velocidad hacia su hogar. Sin embargo, ya era tarde.

Pandora

La bella Pandora había sucumbido ante la curiosidad y abierto la vasija. De ella salieron volando la Fatiga, el Dolor, la Vejez, las Enfermedades y la Muerte. Cuando ella cerró la tapa del jarro, solamente quedó adentro la Espera y no la Esperanza, como dicen muchos. La Espera no se esparció por la tierra, por lo que los hombres recibirían todos los males sin previo aviso, sin esperarlos.

Para pensar y repensar

Sin embargo, a nadie ha culpado a Prometeo, quien, excediéndose en sus astucias, provocó el enojo del más poderoso de los dioses. Los mitos, al igual que las fábulas, son aleccionadores. Así, vale la pena preguntarse cuántas y cuáles desgracias no han sido provocadas por un exceso en la confianza de la facultad intelectual de los hombres. Y vale la pena preguntarse, también, cuántas pudieron ser evitadas y cuáles estamos a tiempo de evitar, sin culpar a nadie precipitadamente.

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